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Cover Story¡Que Viva la Música Latina!
En 1982, el Fondo Nacional para las Artes (NEA) lanzó la National Heritage Fellowship (Beca del Patrimonio Nacional), programa anual que celebra a los artistas tradicionales en los Estados Unidos y sus territorios. Como trabajador en el programa de las artes tradicionales y populares desde 1978 hasta 2000, fui testigo de esos momentos emocionantes. Había mucha ansiedad en los primeros años de los premios. El director de nuestro programa Bess Lomax Hawes y nuestros asesores del patrimonio cultural no querían dañar la ecología cultural local con el reconocimiento federal que celebraba a una sola persona o grupo de una tradición comunal. También existía una preocupación que, en un país de cientos de tradiciones populares, el reconocimiento de un solo grupo pequeño de artistas cada año podría marginalizar las tradiciones sin representación.
En vista de estas preocupaciones, los asesores desarrollaron las directrices con tres factores en cuenta mientras revisaban las nominaciones: la excelencia artística, la autenticidad y el impacto del artista en su comunidad cultural. “La excelencia” no significaba que el candidato necesitara ser “el mejor” en su tradición, sino que hubiera logrado un alto nivel de excelencia artística en su tradición. Con “la autenticidad” (palabra problemática para muchas personas), queríamos expresar que los ganadores debían ser representantes de la tradición en las mentes y los corazones de su comunidad cultural — es decir, el artista debía representar un repertorio de prácticas que existe más allá de sí mismo, contrario a la expresión individualista que existe fuera de las tradiciones. “El impacto” evaluaba la influencia artística y el efecto positivo que el artista tenía en su tradición. Además, especialmente en los primeros años del programa, los expertos que calificaban a los candidatos analizaban la distribución del premio para asegurarse que representaran todas las más emblemáticas tradiciones nacionales, regionales y tribales de Estados Unidos. Después de 35 años, es interesante ver el desarrollo del programa, ya considerado “el premio federal más prestigioso en las artes tradicionales y populares”.
La primera década del programa destacaba a muchos artistas que se especializaban en la música latinoamericana, y afortunadamente, podemos escuchar esta historia en las grabaciones de la colección de Smithsonian Folkways. En nuestro primer año, 1982, la cantautora Lydia Mendoza fue una de los quince ganadores que representaron diferentes tradiciones de la música, el baile, la artesanía y las prácticas orales. La canción tejana tiene raíces en la región sur de la frontera, y Mendoza, conocida como “La Alondra de la Frontera”, era claramente la representante más reconocida de la práctica. En 1983 el programa destacó otras dos tradiciones musicales: el conjunto tejano, representado por el pionero del acordeón tejano Narciso Martínez de San Benito, Texas; así como la bomba y la plena afro-puertorriqueña, representadas por la dinastía musical de la familia Cepeda y su patriarca Rafael Cepeda. El compañero musical de Martínez y maestro del bajo sexto Santiago Almeida, recibió el premio en 1993, y el ejemplo de Cepeda influyó a los premiados en su tradición, tal como Juan Gutiérrez, fundador de Los Pleneros de la 21 en Nueva York, ganador en 1996.
En 1984, el programa se enfocó en las antiguas tradiciones musicales del norte de Nuevo México y el sur de Colorado. Cleofes Vigil, portador de un repertorio de alabados antiguos, fue el primero en ser premiado de esta tradición, seguido del dúo Roberto y Lorenzo Martínez representando las músicas nuevoomexicanas instrumentales y los corridos (canciones narrativas) que cuentan los actos heroicos de los nuevomexicanos. En 1985, la otra principal tradición musical característica de Puerto Rico: música jíbara (música de los pueblos de las montañas rurales, conocidos como jíbaros), salió a la luz por el artesano de instrumentos Julio Negrón Rivera. Dos acordeonistas más, Valerio Longoria y Pedro Ayala, siguieron en 1986 y 1988, respectivamente, indicando la importancia y la longevidad de la música tejana. En 1989 y 1990, el programa celebró dos tradiciones regionales de México que han contribuido a la vida cultural de Estados Unidos. Desde los años cincuenta, el son jarocho, originario del estado mexicano de Veracruz, ha sido parte del paisaje sonoro del sur de California, y José Gutiérrez era un músico respetado, fabricante de instrumentos y maestro influyente. En 1990, el NEA honró a Natividad “Nati” Cano, quien inmigró a los Estados Unidos desde el estado de Jalisco para convertirse en el líder del reconocido Mariachi Los Camperos de Los Ángeles. Cano estableció el estándar de la presentación de la música de mariachi en Estados Unidos, y ayudó a revitalizar el género musical en escuelas y festivales por todo el país. Para terminar la primera década del programa, Eduardo “Lalo” Guerrero de Tucson, Arizona— un cantante, compositor y director musical de gran influencia en los primeros años de la música mexicano-estadounidense en el sur de California— estuvo entre los premiados en 1991.
En este contexto histórico, vemos que el programa de la Beca del Patrimonio Nacional consiguió éxito en indicar la gran variedad de tradiciones musicales latinas en los Estados Unidos. Durante los siguiente 25 años, el programa continuaba honrando a los músicos de los géneros fundamentales de la música latina, incluidos los acordeonistas tejanos Leonardo “Flaco” Jiménez, su hermano Santiago Jiménez, Jr., Antonio “Tony” De La Rosa, y Domingo “Mingo” Saldívar. Además, el programa ha galardonado otros géneros musicales, tal como el son huasteco, estilo regional mexicano de Artemio Posadas, y la música del movimiento de derechos civiles, tocada por Ramón “Chunky” Sánchez y Agustín Lira. Considerados en conjunto, los National Heritage Fellows latinos representan una visión de la rica variedad de la música latina en Estados Unidos y Puerto Rico.
Te invitamos a descubrir esta música a través de la lista de reproducción que ejemplifica treinta y cinco años de patrimonio musical de la población latina en los Estados Unidos.
Flaco Jiménez, hijo del acordeonista y compositor Santiago Jiménez Sr., ha llegado a ser el acordeonista tejano más reconocido desde finales del siglo XX hasta el presente. Esta canción, escrita por su padre, fue el título de su lanzamiento para Arhoolie Records, el cual ganó el primer de sus varios Grammys. Flaco también fue reconocido en 2015 por la Academia de Grabaciones con un Premio a la Trayectoria.
El músico y compositor Narciso Martínez fue pionero del acordeón tejano de botón. Su influencia y creatividad perdurable le dieron el apodo honorifico “The Father of the Texas-Mexican Conjunto” (“El padre del conjunto tejano”). A su lado estaba otro recipiente del galardón del National Heritage Fellow – Santiago Almeida. Almeida era el maestro del bajo sexto, instrumento de doce cuerdas asociado con el conjunto tejano y la música norteña mexicana, con el que se toca los bajos y los acordes. Almeida y Martínez establecieron un sonido distinto que es la base de la tradición hasta la fecha. Polkas tal como “Muchachos alegres” (1946) han sido estándares del repertorio del conjunto tejano por muchos años.
La cantautora tejana Lydia Mendoza logró reconocimiento en los años treinta, cantando en la Plaza de Zacate en San Antonio y acompañándose con la guitarra de doce cuerdas. Su voz se convirtió en uno de los sonidos distintos de la identidad tejana, y ella se dio el título de “La Alondra de la Frontera”. Algunas fuentes afirman que ella aprendió esta canción con elementos del tango de letras impresas en el envoltorio de un chicle. Ella fue una de los primeros ganadores del National Heritage Fellowship en 1982.
José Gutiérrez inmigró a Estados Unidos desde los campos agrarios de Veracruz, México, donde se dio a conocer como practicante de la música regional del son jarocho. Hacía giras por Estados Unidos, fue artista en residencia de la Universidad de Washington, y enseñaba cómo tocar el son jarocho y hacer los instrumentos de este estilo musical como el arpa, el requinto y la jarana. Hoy en día, Gutiérrez se ha retirado en su tierra natal, pero todavía toca regularmente en México y Estados Unidos. El “Siquisirí” a menudo se comienza una presentación de son jarocho, ya sea en un escenario o en una fiesta en casa.
Artemio Posadas fue premiado por la Bess Lomax Hawes National Heritage Fellowship en 2016, reconociendo su trabajo como promotor cultural y organizador comunitario, así como músico en la tradición de son huasteco. El son huasteco, caracterizado por el uso del falsete para adornar la melodía, es del noreste de México y se toca también en las comunidades mexicanas en California. La grabación de “El caballito” refleja los esfuerzos de Posadas. En colaboración con el reconocido trío huasteco Los Camperos de Valles, él escribió la poesía para el álbum El ave de mi soñar y produjo la grabación, así como cantó la voz principal en “El caballito”.
El norte de Nuevo México es lugar de las músicas hispanas más antiguas de Estados Unidos. Cleofes Vigil, desde la comunidad de San Cristóbal en la región norte del estado, escribió esta balada rústica en un estilo musical de la época colonial, "la indita". Él se acompañó con la mandolina.
El compositor y guitarrista Roberto Martínez y su hijo, el arreglista y violinista Lorenzo, recibieron la National Heritage Fellowship por su promoción de la música hispana de Nuevo México y el sur de Colorado. Tocaban la música de baile antigua y las canciones tradicionales, así como los corridos (canciones narrativas), escritos por Roberto. Este corrido, uno de sus más conocidos, habla del valor de Daniel Fernández, soldado nuevomexicano que, durante la Guerra de Vietnam, se tiró encima de una granada, sacrificándose para salvar a sus compañeros.
En los años sesenta, el movimiento de los trabajadores agrícolas en California y el Suroeste venía al frente de la vida americana, y el Movimiento Chicano de los Derechos Civiles florecía junto con el Movimiento Afroamericano de los Derechos Civiles. El trabajador agrícola Agustín Lara de la comunidad Delano, California, fue parte de los dos movimientos. Él cofundó el grupo teatral activista Teatro Campesino con el Sindicato de Los Trabajadores Agrícolas Unidos, y luego llegó a ser un líder en la lucha por los derechos civiles y el orgullo cultural chicano. “Quihubo Raza” es una de sus composiciones más conocidas, en donde saluda a sus oyentes chicanos, mostrándoles la necesidad de entender y enfrentar las injusticias que han sufrido.
Heredero de la música de mariachi de su familia, Nati Cano consideraba la tradición una manera de ganar respeto para al patrimonio cultural mexicano en los Estados Unidos. Su grupo Mariachi Los Camperos de Nati Cano ganó premios Grammy y otros reconocimientos por el alto nivel de su arte. The National Heritage Fellowship también reconoció sus enormes esfuerzos y su enseñanza de la tradición a decenas de miles de jóvenes por todo los Estados Unidos. La canción “Llegaron los camperos” fue natural para empezar miles de sus conciertos.
El acordeonista y compositor Tony de la Rosa comenzó una nueva época del conjunto tejano con su polka de ritmo lento, la cual se acompaña con un deslizante paso de baile llamado el "tacuachito", refiriéndose a los distintos movimientos del tlacuache. Con el acordeón estilo staccato de Tony de la Rosa, esta grabación de “Atotonilco” ejemplifica el estilo que influía a muchas generaciones de músicos.
Mingo Saldívar y su conjunto las Tremendos (sic) Cuatro Espadas preservan la tradición del conjunto tejano mientras adaptaba el estilo a los gustos de su público urbano de San Antonio. Esta canción es una cumbia, estilo musical que llegó a Tejas desde Sudamérica y México, y Saldívar dio al estilo su propio toque, permitiéndose mayor libertad con el bajo sexto y agregando letras en inglés, conforme a su público bilingüe. Él también es un hombre de espectáculo, que baila en el escenario para entretener a sus oyentes.
Lalo Guerrero fue un pilar de la música chicana urbana. Desde Tucson, Arizona, se mudó a Los Ángeles y escribió innumerables composiciones que capturaron el estilo y la identidad de los americanos de orígenes mexicanos en los años cuarenta y cincuenta. La obra de teatro musical Zoot Suit, de Luis Valdez, destacó el estilo de vestimenta y las prácticas culturales de los pachucos y compartió elementos de la música de Guerrero. Este “pachuco boogie” tipifica el sonido de esta cultura. Guerrero también recibió la Medalla Nacional de las Artes después de recibir la National Heritage Fellowship.
Como una fuerza revitalizadora de la música puertorriqueña a finales del siglo XX, el grupo Los Pleneros de la 21 se fundó por el percusionista Juan Gutiérrez en Nueva York. Gutiérrez se influenció de los grandes músicos en Nueva York y Puerto Rico para infundir la plena y la bomba con los elementos más fuertes de la tradición puertorriqueña. Como se escucha en este arreglo de la plena “Carmelina”, también invitó a músicos del jazz y la salsa, tales como el trombonista Ángel “Papo” Vásquez y el cuatrista Edgardo Miranda, quienes contribuyeron creativamente a la mezcla final.
Daniel Sheehy es director y curador emérito de Smithsonian Folkways Recordings, sirviendo en estos puestos del año 2000 a 2016, y luego de 2020 a 2023. Como director de las Artes Tradicionales Populares en el Fondo Nacional para las Artes (NEA) (1992-2000), así como etnomusicólogo y director asistente (1978-1992) en esa institución, dirigió el programa de la National Heritage Fellowship. En 2015, la NEA le otorgó una Bess Lomax Hawes National Heritage Fellowship.
Esta traducción por Kevin Parme recibió apoyo federal del Fondo de Iniciativas Latinas, administrado por el Centro Latino Smithsonian.